22.2.10

La vida no és de color rosa, és del color que cadascú li posa


Aquest grafisme ha estat creat per alumnes de l'Escola Estel en Formació Laboral, Centre de Pedagogia Terapèutica. Fundació Sant Tomàs, Osona.

L'Escola Estel és una escola d'educació especial de la comarca d'Osona que ofereix un conjunt de serveis, recursos i ajuts relacionats amb l'educació i l'atenció dels alumnes amb discapacitat intel·lectual.

L'AAIDD (American Association on Intellectual and Developmental Disabilities) ha presentat la 11ª edició del manual de definició de la discapacitat intel·lectual.

Les persones amb discapacitat intel·lectual poden portar a terme una vida plena i vibrant a la societat.

18.2.10

Una vida en la red

Había sido un tema recurrente en las tertulias de sobremesa y con el paso del tiempo  había empezado a obsesionarse. Y el síntoma más claro era que ya no decía la suya o bromeaba, dos tipos de enfoque que quiere decir que la cosa va en serio.

Comenzó para pasear por los rastros o mercados de segunda y más manos y vio a la venta materiales muy personales, desde fotografías a pinturas, pasando por cartas íntimas, objetos que jamás nadie osaría vender ni esparcir fuera de la unidad de vida de la que es núcleo, uno mismo.

Los herederos directos no son garantía de respeto hacia todo lo que una persona ha generado como materiales personales y si no hay nadie, familiar o amigo, que asuma la responsabilidad de mantener la integridad de los objetos personales, estos terminan por pasar de unas manos a otras hasta que llegan a alguien que le es completamente ajeno, sin perdón si es familiar, falta de educación si alguien quiere hacer negocio. Pero los humanos ya lo dicen, el muerto está muerto y el vivo está vivo.

Después vivió el caso de un amigo que vio como la casa se le quemaba y todo quedaba en nada. El amigo ya no fue el mismo y de tan amargado dejó de serlo. Otro amigo murió en accidente y él no tuvo tiempo de revisar su biblioteca para encontrar los libros que le había dejado, la familia se lo había vendido todo, incluso la colección de novela negra que había reunido con devoción religiosa.

Empezó a pensar en su caso y visualizar todo su mundo hecho migajas por los mercados del domingo cuando no directamente a los vertederos y no necesariamente de materia orgánica. Y esto tenía un sentido: desaparecer para siempre, la muerte real. No sólo no te recuerda nadie, además nadie sabrá que has existido. Y si no cree en un ser superior, mala pieza por tejer cuando hay que buscar una excusa para responder al: ¿qué hacemos aquí?
Cuando leyó un artículo sobre la vida en red, lo tuvo claro. Estaba jubilado, la mujer se había enzarzado hacía años en otra aventura conyugal y sus dos hijos, la parejita, eran tan independientes que sólo se acordaban del padre cuando el Corte Inglés les recordaba la fiesta comercial. La perspectiva pues era que su paso por esta vida no era sólo volver al polvo sino además servir de anónimo abono de algún campo de zanahorias. Que su vida estuviera más pendiente de lo que pasaría cuando no exsistiera que vivir plácidamente sus últimos años, era algo que nadie podría entender si no fuera que en este mundo este hecho irracional tenía su razón, porque sus habitantes aplicaban el principio de la inmortalidad de una manera peculiar, llegar a destacar en vida para seguir vivo en las enciclopedias cuando estuviese muerto. De hecho hay gente que está muerta en vida, sólo hay que estar vivo en la muerte.
Compró lo mejor y más rápido en tecnologías informáticas y diseñó un plan, sin letra porque no habría un plan B. Vació una habitación y la convirtió en su núcleo, estanterías y cajones vacíos, mesa con ordenador, escáner y conexión permanente en red. Después fue haciendo viajes de ida y vuelta en el resto de la casa. Primero por lo visible, luego las partes escondidas, las olvidadas y finalmente las que hacen daño al recuerdo, porque nunca más volverán o porque en su momento fueron imprescindibles y ahora no se entiende porque lo fueron.
La rutina era la misma, la copia digital de todo y subirlo a la red siguiendo un orden estructural, cronológico o temático según los casos. El material original después de su conversión digital también se iba ordenando en estantes y cajones. Con el tiempo todo iba cogiendo un orden e incluso un sentido, porque objetos que estaban destinados a no ser nunca más protagonistas, volvían a tener una oportunidad y por el cariz que llevaba el caso, más allá del mueble.
Ni que decir tiene que la cosa  tomó algún tiempo y la vida social murió antes de tiempo, pero no le importaba, porque como decía él cuando era un bromista, pasarse la vida para quedar bien tenía como recompensa llenar de gente su funeral, lo que el muerto siempre agradecería. Además, hasta los veinte años eran los verdaderos años de plenitud, a partir de entonces todo era un largo y monótono descenso, una constatación que brotaba después de hacer tres veces veinte.
Todo ello ocupaba su mente mientras la web crecía y crecía con todo tipo de material, las fotografías que habían vivido en diferentes soportes, negativos de blanco y negro y color, diapositivas ... cuentos, poesía, apuntes de escuela y universidad, recortes de diario, películas en súper 8 y todos los formatos de los últimos cuarenta años, dibujos, pinturas, y las mil y una aficiones que había coleccionado sin saber que las hacía.

También aquella familia caligráfica que bautizó con el nombre de Increíble y que ninguno de sus jefes había valorado en sus cuarenta años de trabajo en la imprenta. Cosas del trabajo, se dice.
Cuando le diagnosticaron un avanzado cáncer de estómago, casi había hecho las paces con su material de vida. Decidió no hacer el tratamiento para no tener que mostrar en la red su decadencia más absoluta y se dedicó a grabar pequeños fragmentos en primer plano sobre sentencias de vida, todas aderezadas con un excelente y punzante sarcasmo.
Y lo que no consiguió nunca en vida, lo fue en el último suspiro. La red, dicen, tiene estas cosas. Y sus sentencias de vídeo fueron de largo las más visitadas y comentadas. Concedió entrevistas a los medios y su foto fue portada el día después de su muerte. Su vida en red era el más destacado de las necrológicas. Y su familia lo encontró mucho de menos y lloró mucho.
Meses después nadie se acordaba y sus objetos personales pronto desaparecieron de la habitación y algún avispado hacía negocio.
Pero en la red todavía estaba vivo.
Años más tarde un grafista descubrió la Increíble y la respetó a ella y a su autor por lo que pasó a formar parte del mundo de la imprenta en papel y en pantalla. Quizá la gran mayoría no sabría nunca que la fuente de letra era suya, pero es de aquellos pequeños detalles que algún poeta diría una pizca de inmortalidad y él, mezclado con la tierra del campo de zanahorias, lo sabía valorar.

Una vida en xarxa

Havia estat un tema recurrent a les tertúlies de sobretaula i amb el pas del temps l’havia començat a obsessionar. I el símptoma més clar era que ja no hi deia la seva o hi feia broma, dos tipus d’enfocament que vol dir que la cosa va de veres.
Va començar per passejar pels Encants o mercats de segona i més mans i va veure a la venda materials molt personals, des de fotografies a pintures, passant per cartes íntimes, objectes que mai de la vida ningú gosaria vendre ni escampar fora de la unitat de vida de la qual és nucli, un mateix.
Els hereus directes no són garantía de respecte vers tot el que una persona ha generat com a materials personals i si no hi ha ningú, familiar o amic, que assumeixi la responsabilitat de mantenir la integritat dels objectes personals, aquests acaben per passar d’unes mans a unes altres fins que arriben a algú que li és completament aliè, sense perdó si es familiar, falta d’educació si algú en vol fer negoci. Però els humans ja ho diuen, el mort és mort i el viu és viu.
Després va viure el cas d’un amic que va veure com la casa se li cremava i tot quedava en un no res. L’amic ja no va ser el mateix i de tan amargat va deixar de ser-ho. Un altre amic va morir en accident i ell no va tenir temps de revisar la seva biblioteca per trobar els llibres que li havia deixat, la família s’ho havia venut tot, fins hi tot la col·lecció de novel·la negre que havia aplegat amb devoció religiosa.
Va començar a pensar en el seu cas i va visualitzar tot el seu món fet engrunes pels mercats de diumenge quan no directament als abocadors i no necessariament de matèria orgànica. I això tenia un sentit: desaparèixer per sempre més, la mort real. No només no et recorda ningú, a més ningú sabrà que has existit. I si hom no creu en un ésser superior, mala peça al teler quan s’ha de buscar una excusa per respondre al: què hi fem aquí?
Quan va llegir un article sobre la vida en xarxa, ho va tenir clar. Estava jubilat, la dona s’havia embrancat feia anys en una altre aventura conjugal i els seus dos fills, la parelleta, eren tan independents que només se’n recordaven del pare quan el Corte Inglés els hi recordava la diada comercial. La perspectiva doncs era que el seu pas per aquesta vida no era només tornar a la pols sinó a més servir d’anònim adob d’algun camp de pastanagues. Que la seva vida estigués més pendent del que passaria quan no hi fos que viure plàcidament els seus darrers anys, era quelcom que ningú podria entendre sinó fos que en aquest món aquest fet irracional tenia la seva raó, perquè els seus habitants aplicaven el principi de la immortalitat d’una manera peculiar, arribar a destacar en vida per continuar viu a les enciclopèdies quan fos mort. De fet hi ha gent que està morta en vida, només cal estar viu en la mort.
Va comprar el millor i més ràpid en tecnologies informàtiques i va dissenyar un pla, sense lletra perquè no hi hauria un pla B. Va buidar una habitació i la va convertir en el seu nucli, prestatgeries i calaixos buits, taula amb ordinador, escàner i connexió permanent en xarxa. Després va anar fent viatges d’anada i tornada a la resta de la casa. Primer per allò visible, després les parts amagades, les oblidades i finalment les que fan mal al record, perquè mai més tornaran o perquè en el seu moment van ser imprescindibles i ara no s’entén perquè ho van ser.
La rutina era la mateixa a cop de còpia digital i pujar-ho tot a la xarxa seguint un ordre estructural, cronològic o temàtic segons els casos. El material original després de la seva conversió digital també s’anava ordenant en prestatges i calaixos. Amb el temps tot anava agafant un ordre i fins hi tot un sentit, perquè objectes que estaven destinats a no ser mai més protagonistes, tornaven a tenir una oportunitat i pel caire que duia el cas, més enllà del moble.
No cal dir que la cosa va portar el seu temps i la vida social va morir abans de temps, però no li feia res, perquè com deia ell quan era un bromista, passar-se la vida per quedar bé tenia com a recompensa omplir de gent el seu funeral, cosa que el mort sempre agrairia. A més, fins els vint anys eren els veritables anys de plenitud, a partir de llavors tot era una llarga i monòtona davallada, una constatació que brollava després de fer tres vegades vint.
Tot plegat ocupava la seva ment mentre la web creixia i creixia amb tot tipus de material, les fotografies que havien viscut en diferents suports, negatius de blanc i negre i color, diapositives… contes, poesia, apunts d’escola i universitat, retalls de diari, pel·lícules en súper 8 i tots els formats dels darrers quaranta anys, dibuixos, pintures, i les mil i una aficions que havia col·leccionat sense saber que les feia.
També aquella família cal·ligràfica que va batejar amb el nom de Increïble i que cap dels seus caps havia valorat en els seus quaranta anys de treball a la impremta. Coses de la feina, es diu.
Quan li van diagnosticar un avançat càncer d’estómac, gairebé havia fet les paus amb el seu material de vida. Va decidir no fer el tractament per no haver de mostrar a la xarxa la seva decadència més absoluta i es va dedicar a enregistrar petits fragments en primer pla sobre sentencies de vida, totes amanides amb un excel·lent i punyent sarcasme.
I el que no va aconseguir mai en vida, ho va ser en el darrer sospir. La xarxa, diuen, té aquestes coses. I les seves sentencies de vídeo van ser de llarg les més visitades i comentades. Va concedir entrevistes als mitjans i la seva foto va ser portada el dia després de la seva mort. La seva vida en xarxa era el més destacat de les necrològiques. I la seva família el va trobar molt a faltar i el va plorar molt.
Mesos després ningú se’n recordava i els seus objectes personals aviat van desaparèixer de l’habitació i algun espavilat en feia negoci.
Però a la xarxa encara era viu.
Anys més tard un grafista en va descobrir la Increïble i la va respectar a ella i el seu autor de manera que va passar a formar part del món de la impremta en paper i en pantalla. Potser la gran majoria no sabria mai que la font de lletra era seva, però és d’aquells petits detalls que algun poeta en diria una engruna d’immortalitat i ell, barrejat amb la terra del camp de pastanagues, ho sabia valorar.

16.2.10

Falsa Publicitat


1.2.10

Senyal Rural